lowfour
el problema es que pierde los resaltados en negrita, pero bueno, aquí está entero:
[Esta ficha anula y sustituye la ficha llamada LA RETÓRICA DE LA «LEY DEL BENEFICIO» PUEDE CON LA DE LA «LEY DE LA OFERTA Y LA DEMANDA», de fecha 20/11/2021:
https://www.transicionestructural.net/index.php?topic=2560.msg196884#msg196884 ]
FICHA || LA RETÓRICA DE LA «LEY DE HIERRO DE LOS SALARIOS» CONTRA LA PETULANCIA «LEYDEOFERTADEMANDISTA».—
Al «Esto es el mercado» se contesta profundizando con «Esto es el ánimo de lucro mercantil».
Mercado, mercadería, mercancía, mercantil, mercería, merchero, mercachifle, mercadillo, comercio, comerciante, etc., comparten raíz etimológica, del latín 'mercari' (comprar), 'merx' (mercancía), 'mercatus' (mercado) y Mercurio (dios del comercio, romanización de Hermes, sicario de Hécate). Por lo que respecta al ánimo de lucro, el art. 116 del Código de Comercio español, dice que el contrato de compañía es aquel «por el cual dos o más personas se obligan a poner en fondo común bienes, industria o alguna de estas cosas, para obtener lucro». Según Adam Smith, «no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o panadero de la que esperamos nuestra comida diaria, sino del hecho de que persigan su propio interés».
Al «Esto es la ley de la oferta y la demanda» se contesta con «Esto es la ley de hierro de los salarios», o lo que es lo mismo, «Esto es la Ley del Beneficio».
La Ley de la Oferta y la Demanda no es un hecho, sino la fe en una mano invisible que equilibraría el mercado, mano invisible que resulta ser el ánimo de lucro.
Los beneficios son residuales. Es lo que queda después de retribuir al Trabajo.
El Capital son los beneficios acumulados. Se materializa en activos y pasivos, es decir en la universalidad de bienes, derechos, deudas y obligaciones, todos los elementos que componen un balance contable. Si consolidáramos todos los balances de todos los agentes económicos del mundo, se anularían por compensación todas las deudas y obligaciones con sus respectivos derechos de crédito. Quedaría un neto consolidado mundial: el Capital Agregado Mundial.
El Capital no es el «descuento de beneficios futuros» del mismo modo que tu vida no es lo que te espera por vivir sino lo que has vivido y estás viviendo. Puedes morirte ahora mismo.
La titularidad (propiedad) del Capital puede ser privada o pública. El sistema capitalista no debiera llamarse así, sino sistema de Capital privado; y el sistema de planificación central, de Capital público.
La Ley de Hierro de los Salarios es el hecho de que, en una economía de Capital privado, la Renta del Trabajo tiende al nivel de subsistencia y reproducción de la mano de obra. Unos lo explican de una forma. Otros, de otra.
Renta Empresarial es como la Contabilidad Nacional llama a los beneficios.
La Renta (mayúscula singular) se compone de rentas (minúscula plural).
Las rentas productivas, es decir, creadoras de la Producción, llamadas por ello primarias, conforman dos grandes grupos:
— la Renta del Trabajo (salarios) y
— la Renta Empresarial (beneficios).
Todas los demás tipos de rentas son 'aproductivas'. Se clasifican en tres grandes grupos:
— inmobiliarias (hay que aclarar que alquileres y plusvalías son los dos tipos de rentas que todo propietario inmobiliario obtiene permanentemente, incluso sin mediar arrendamiento o venta, porque siempre hay ingresos y gastos imputables, algunos de los cuales hay que presumir, como por ejemplo cuando se destina el inmueble para uno mismo o varía su valor —otra cosa es que la legislación fiscal-tributaria contemple estas situaciones—),
— financieras y
— pensiones y subsidios.
Nótese que estos tres tipos de rentas aproductivas no son primarias pero tampoco son totalmente secundarias. Son cuasi primarias. Prácticamente todas son periódicas y automáticas. Algunas se pagan por adelantado.
La Renta Empresarial es lo que aumenta el neto patrimonial de las empresas después de retribuir al Trabajo. El Capital es, precisamente, ese neto patrimonial fruto de la acumulación ejercicio tras ejercicio, materializado en la universalidad de bienes y servicios, deudas y obligaciones que conforman el Balance.
En los 1980, en las economías capitalistas surgió la ficción de que los trabajadores se sublimaban individualmente en capitalistas por el solo hecho de ser propietarios de su vivienda básica o/y, en mucha menor medida, de un puñado de títulos de deuda o representativos de la participación en el Capital de grandes empresas estatales o paraestatales sometidas a procesos de pseudoprivatización: «Le saco más al piso y a la Bolsa que a mi trabajo».
En el sistema capitalista, de este modo, tomó cuerpo un oxímoron fantasmagórico: la ilusión siniestra de un capitalismo del y para el pueblo ('Volkstum'), modelo cuyas raíces se remontaban, primero, a la Segunda Internacional o Internacional Socialdemócrata —la posibilidad de un capitalismo participativo y de rostro amable, idea con la que se expulsó a los comunistas de la organización—; y, después, a lo que llamamos los fascismos, muy especialmente, a su versión alemana, el Tercer Reich, inspirado por el Partido Nacionalista Obrero Alemán —tras la hiperinflación que asoló a la República de Weimar surgida de la debacle del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial, imperio donde había brillado Bismarck, padre putativo del Estado del Bienestar—.
El Capitalismo Popular puede verse como una excrecencia degenerada del Estado del Bienestar, pero en realidad ambos conceptos tienen muy poco que ver. Lo que a principios del siglo XXI ha entrado en crisis estructural no es este, sino aquel: el ortograma del sistema capitalista ha dicho basta y ha dictado el reencuentro con la razón incorporando grandes dosis de planificación central.
Tal fue el éxito del Capitalismo Popular en su eclosión, en los 1980, que la clase obrera se desindicalizó. El marxismo fue desplazado por el pensamiento falsoliberal-neoliberal, una parodia individualista de la Síntesis Neoclásica-Keynesiana. Muchos trabajadores se despedían o se jubilaban anticipadamente para invertir sus indemnizaciones en los activitos popularcapitalistas. Cayó el muro de Berlín, se disolvió el Pacto de Varsovia y se desmembró la Unión Soviética —que desde 1956 era presa del conservadurismo revisionista—. Aparentemente, se trataba de una victoria de la derecha política. Sin embargo, solo se trataba del intento de realización de las fantasías socialdemócrata y fascista.
A este impulso inicial se le sumó la fuerza multiplicadora de una espiral de endeudamiento (Apalancamiento —'leverage'—), especialmente hipotecario, y de sobrevaloración de la vivienda básica (Efecto Riqueza), cosas ambas que significaron una frenética actividad económica extraordinaria, no ordinaria, inicialmente bienvenida por el sistema capitalista, a sabiendas de que a la larga no podría permitírsela, por la sencilla razón de que se financiaba contra el Trabajo y, por ende, contra el Capital —'contratar un obrero es casarte con su casero'—.
El popularcapitalismo, peligrosamente, forzó una modulación a la baja de la Ley de Hierro de los Salarios. Los trabajadores firmaban un pacto fáustico: consentían niveles salariales por debajo del nivel de subsistencia y reproducción, pero obtenían a cambio expectativas que se presentaban disfrazadas con la piel de cordero capitalista. Ello permitió afirmar que las clases sociales habían sido superadas y que ahora, supuestamente, y dependiendo de tu biografía inmobiliaria, no de tu trabajo o emprendimiento, todos ya éramos 'clase media'.
Bajo el popularcapitalismo, la vieja Ley de Hierro de los Salarios se envileció, enunciándose de la siguiente forma: «Para vivir hacen falta dos sueldos». Ahora, en 2022, con la 'inflación rara' y el recrudecimiento absurdo de la sobrevaloración inmobiliaria, tres sueldos.
Pero la única fuente de riqueza —sinónimo de Capital— es el Trabajo organizado en Empresa. Del Trabajo se extraen tanto las rentas empresariales, como las rentas aproductivas. Una economía en la que no hay Trabajo tiene Renta cero. La distribución de la Renta es un sistema de vasos comunicantes, sí, pero uno de ellos es la fuente de los demás: el Trabajo organizado en Empresa.
La «Ley de la Oferta y Demanda» es pensamiento mágico o supersticioso.
El 'leydeofertademandismo' apela a elementos incorporales e inanimados presentes en el espíritu —la famosa mano invisible—, supuestamente capaces de asignar eficientemente los recursos escasos y decidir la producción óptima de cada bien o servicio, equilibrando la economía. En la práctica, esta cantinela no es más que charlatanería simplona, siempre quejumbrosa —de boquilla— contra el Estado —liberal—. Las más de las veces ni siquiera hay buena fe en la defensa de una hipotética economía-enjambre de mercados y mercadillos (Pensamiento Merchero), en los que imperarían manos invisibles entretejidas de avaricia y miedo. Lo hacen solo para menospreciar la planificación central, por mero politiqueo, porque se presupone que esta es 'de izquierdas'. Pero hoy es irreverente con el propio sistema capitalista, que necesita de la planificación central para sobrevivir; aparte de irrespetuosa con la Contabilidad, Aritmética de la Economía, tanto en su versión 'micro' —niega el escandallo de costes—, como en su versión 'macro' —niega la Renta como cedazo entre la Producción y el Gasto—.
La economía realmente existente contradice las afirmaciones mercheras. Desde los 1990 hay evidencia de que el 'leydeofertademandismo' acaba obligando a una intervención económica masiva y costosa, por el estrangulamiento financiero originado al acumularse los desaguisados que genera, problema bien conocido en los cuarteles generales del propio sistema capitalista (vid. 'Public choice'):
— ni asigna bien los recursos
— ni provee de todo lo que hace falta
— ni genera ni distribuye la riqueza eficazmente
— ni ayuda a estabilizar la economía.
Oferta y Demanda no son conceptos contables. Son poesía. Son las dos grandes idealizaciones que constituyen el pilar de la superchería merchera. La visión de una Oferta y una Demanda encontrándose en un punto de equilibrio por el arte del birlibirloque es a la Economía lo que el reiki a la Medicina —curación por imposición de manos—.
Por muy interesante que se ponga el merchero de turno, su retórica no puede contra la prosa realmente existente de la «Ley de hierro de los salarios». Ellos lo saben. De ahí la frustración y violencia actual, en los estertores del modelo popularcapitalista. La supuesta ley de la oferta y la demanda, que siempre ha sido mera mistificación, ha perdido toda capacidad de engatusamiento. Y cunden los ataques 'ad hominem', como si la Historia no tuviera leyes objetivas.
En las economías modernas, los precios nunca se fijan regateando. Desafíen a los mercheros. Rétenles a que les digan un solo bien o servicio, uno solo, cuyo precio se fije limpiamente por deslizamiento de 'oferta' y 'demanda'. A lo sumo, les citarán casos de acuerdos puntuales entre un ofertante y un demandante, sesgados por la asimetría de información y los condicionamientos psicoeconómicos, muy especialmente, la aversión a las pérdidas. Ni siquiera hay 'leydeofertademandismo' en las lonjas de subastas inversas de pescado: en ellas el anclaje es invencible. Regodéense poniéndoles pegas. Humíllenles intelectualmente. Hay trabajos muy sesudos sobre la inoperancia de lo que pomposamente se llama 'canal neoclásico'.
Una cosa es la economía realmente existente y otra las ideítas que, a modo de religión, se desarrollan después. Una cosa es Jesús —de Nazaret, arameoparlante, 'tekton', rabino itinerante heterodoxo, sanador y exorcista, ajusticiado por sedicioso— y otra Cristo —mesías celestial, profeta judío divinizado, perfilado 'a posteriori' por otro judío, Pablo de Tarso, que abrió la salvación a los paganos—. Una cosa son los ofertantes y los demandantes y otra, la Oferta y la Demanda. Jesús existió. Es histórico. Cristo es Teología. Jesús muere. Resucita Cristo. Para entender la capa superpuesta que es Cristo hay que hacer un acto de fe, aparte de no estar cerrado al judaísmo. Los 'leydeofertademandistas' tienen voluntad de creer en una mano invisible que todo lo cura. ¡Vaya porquería de fe!, aparte de peligrosa. Porque pagar por inmuebles o acciones no solo lo que valen —tramo real—, sino también 'otra cosa' —segundo tramo ideal—, no solo es la prueba de que se está poseído por esa fe estúpida. Además es dañino, primero para el que paga el sobreprecio —y para quienes dependen de él—; pero después para el sistema en su conjunto, que no puede permitírselo, especialmente si se trata de las viviendas básicas de los trabajadores, como quedó sentenciado a mediados de los 2000, porque 'con las cosas de comer no se juega'.
Decimos muy precisamente que Oferta y Demanda no son conceptos contables. Son constructos ideales que pretenciosamente quiere hacérsenos creer que son preexistentes. No, los conceptos contables son Producción, Renta y Gasto.
Producción = Renta = Gasto [La triple identidad de la Contabilidad Nacional]
Renta = Renta Productiva + Renta Aproductiva
Renta Productiva = Trabajo + Empresa
Renta Aproductiva = rentas inmobiliarias + rentas financieras + pensiones
Entre la Producción y el Gasto se halla el cedazo de la distribución de la Renta.
La Política de Rentas es la parte de la Política Económica cuyo objeto es administrar el sistema de cinco vasos comunicantes de rentas que constituye la distribución de la Renta (Trabajo & Empresa, inmobiliarias, financieras y pensiones). Cuando el falsoliberalismo neoliberal habla de 'Política de Rentas' solo se refiere a cuánto han de moderarse los salarios y las pensiones para preservar, por este orden, las rentas inmobiliarias, las financieras y las empresariales.
Los mistificadores obtienen gran predicamento llamando Oferta a la Producción y Demanda al Gasto.
El Gasto es Consumo o Ahorro. La Inversión es en lo que se materializa el Ahorro —la forma más sencilla de materializar el Ahorro es en billetes y monedas de curso legal, el activo financiero plenamente líquido sin vencimiento ni rendimiento—. El Gasto puede ser Privado o Público. Además del Gasto Interno, está el Externo, ya Exportaciones, ya Importaciones. A este conjunto, el pensamiento Merchero lo llama presuntuosamente Demanda Agregada y fantasea con administrarla, en lugar de actuando directamente, solo toqueteando tipos de gravamen, tipos de interés y tipos de cambio, a los que llama idiotamente estímulos a la mano invisible. Evidentemente, los efectos colaterales de tales intervenciones indirectas son inmensos. Además, pregúntense por qué los mismos que siempre están con la monserga de bajar impuestos:
— nunca hablan de bajar ese inmenso impuesto privado ('Private Taxation') que es la vivienda básica sobrevalorada; y
— siempre están con que las autoridades económicas no son respetables porque gastan mucho y no suben los tipos de interés.
La cuenta de la Renta Empresarial Neta es:
Beneficio bruto
menos salarios
menos retención para rentas inmobiliarias
menos retención para rentas financieras
menos retención para pensiones
= Renta de la Empresa
La cuenta de la Renta del Trabajo Neta es:
Salario bruto
menos retención para rentas inmobiliarias
menos retención para rentas financieras
menos retención para pensiones
= Renta del Trabajo
El Beneficio puede expresarse así:
Beneficio = Volumen de ventas X Margen de beneficio por unidad vendida
Sintéticamente:
Beneficio = Volumen X Margen
Margen = (Precio - Costes) / Precio
Margen = (Precio - Coste salarial - Coste no salarial) / Precio
Los precios de los bienes y servicios son fijados inicialmente por las empresas productoras, salvo que los intervenga el Estado, que es la organización de la que se dota el sistema para perpetuarse, perpetuación que, de vez en cuando, requiere de cierta puesta de contadores a cero.
Hay veces que el Pensamiento Merchero se topa con que no pueden explicarse las subidas generalizadas de precios de acuerdo con los únicos cuatro argumentos académicos que hay: inflación monetaria, inflación 'de demanda', inflación 'de costes' e inflación autoconstruida —p. ej., por causa de una burbuja inmobiliaria—. Pero, entonces, el mercherismo se enroca y elude reconocer que los precios suben por decisión arbitraria de quienes tienen el poder para fijarlos e influencia para infundirte odio al dinero, odio que ellos no tienen —ambicionan quedarse con el tuyo—. Así, desaparece la cohesión social, lo que conjugado con el control panóptico —ahora tan perfecto gracias a la informática—, convierte a la sociedad en una inmensa cárcel.
En las escuelas de negocios, la fijación de precios es una materia de estudio muy seria. Lo ético —moral aplicada— es que la fijación libre de precios se realice a través del llamado Método del Coste Incrementado. Según este, el precio es el resultado de incrementar el coste de producción con un margen razonable de beneficio. No es ético que el margen de beneficio tenga dos tramos: el natural y 'otra cosa'.
Como decimos, hay un poder superior al del productor que fija precios: el del soberano financiero, ya tributario, ya monetario —el Estado y, por extensión, la banca—. El Estado puede imponer los precios que desee por la razón que sea. En este caso se dice que estamos ante 'precios políticos'.
El 'price skimming' ('desnatado' de los mejores demandantes vía precios) es una técnica de 'Marketing' que consiste en fijar un precio extravagante que solo se lo puede permitir el tipo de consumidor que va a dar al producto la fama que se busca, de modo que el mismo beneficio pueda obtenerse con menos volumen de ventas.
En el popularcapitalismo ochentero, la vivienda tiene precios políticos y extravagantes, es decir, su precio no es natural, sino 'de catálogo' político, y además es objeto de 'price skimming'. Para pagar esos precios, los trabajadores se traen del futuro sus rentas salariales, con los consiguientes efectos expansivos instantáneos, aunque desertificando financieramente el futuro. Al mismo tiempo, se desindicalizan creyéndose sublimados en capitalistitas. Pero desde el primer momento, allá por los 1980, todos sabíamos que había límites objetivos. La vivienda no es más que un bien básico de consumo obligatorio financiado por el Trabajo & Empresa. Y no necesita demostrarse que el Trabajo, propio o ajeno, es la fuente última de toda riqueza, por lo que un capitalismo que sea a la vez verdaderamente popular es imposible.
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