Es obvio que hay órdenes de Génova de zumbarse a Vox.
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Algo está pasando en Vox: todas las familias que luchan por el poder en el partido más opaco de España
La polémica por el aborto y la trifulca pública con Losantos muestran los delicados equilibrios del partido liderado por Abascal: de la influencia de sus corrientes internas al poder que realmente ejerce su presidente
Vox nació en un vagón del AVE. Durante un viaje de regreso a Madrid desde Barcelona. Era el 12 de octubre de 2013, día de la Hispanidad: qué mejor fecha. En aquel tren viajaban Alejo Vidal-Quadras, entonces diputado del PP en el Parlamento Europeo; Santiago Abascal, todavía militante del Partido Popular y presidente de la Fundación por la Defensa de la Nación Española (DENAES); su abogado, Javier Ortega Smith; un promotor inmobiliario llamado Iván Espinosa de los Monteros; y dos viejos amigos del político alavés: Enrique Cabanas Burkhalter, compañero en DENAES, y el periodista Gonzalo Altozano, autor de la biografía de Abascal.
Algo debió de pasar en aquel viaje relámpago -cientos de miles de personas se habían manifestado ese día en Barcelona bajo el lema Som Catalunya. Somos España- porque en el camino de vuelta todos decidieron que era urgente montar un nuevo partido a la derecha del PP, entonces liderado por Mariano Rajoy. «En un posavasos del AVE empezaron a anotar posibles nombres, pero ninguno de ellos era Vox», cuenta hoy Altozano. «Siempre me arrepentiré de no haber conservado aquel posavasos... Fue una lluvia de ideas. Sólo sabían que no querían que en el nombre apareciera España, ni unidad nacional ni nada así. Nada de Partido Nacionalista Español Y Muy Español», bromea.
Esa misma tarde se casaba en Madrid el publicista y periodista de Intereconomía Rafael Núñez Huesca, hoy coordinador del comité de estrategia del PP de Ayuso. Por eso todos regresaron a la capital el mismo día, a tiempo para planchar el chaqué. Núñez Huesca fue quien, meses después, propuso el nombre de Vox.
«Tenían clara otra cosa», insiste Altozano. «No querían que el partido se llamara partido y tampoco que el nombre fuera muy explícito de lo que eran».
Quizá ni ellos mismos sabían qué eran exactamente: ¿conservadores? ¿Muy conservadores? ¿Liberales? ¿Populistas? ¿Ultras? ¿Nacionalistas? ¿Fachas? ¿Nostálgicos de Aznar? ¿Nostálgicos de ese generalísimo del que usted me habla?
Seguramente no eran nada de eso, pero de todo tenían un poco.
«En su origen, Vox no era más que una confluencia de personas que habían compartido espacios en la derecha», explica Altozano, hoy periodista de 7NN, un canal de televisión muy próximo al partido. «Mucha gente venía del PP, otros trabajaban en Intereconomía o en la Fundación DNAES y algunos salían del facherío español. Pero al principio las distintas sensibilidades no fueron tanto políticas como generacionales, entre quienes querían hacer un PP auténtico y quienes querían algo diferente. Los primeros presidentes, Vidal-Quadras y José Luis González Quirós, o el vicepresidente Ignacio Camuñas eran más serios y ceremoniales. Mientras, el núcleo de Abascal representaba una política más gamberra: Vidal-Quadras nunca habría aceptado que Vox troleara una rueda de prensa de Otegi o que Rocío Monasterio irrumpiera en una conferencia de Puigdemont con unas esposas y un código penal».
Una década después de aquella cumbre en el tren, hay dos cosas claras: que el núcleo «gamberro» de Abascal se quedó con el control del partido y que el sector «ceremonial» se acabó jubilando. Pero hay otras muchas cosas que aún están por aclarar: qué sensibilidades conviven todavía dentro de la formación, qué corrientes confluyen en su dirección, cómo funcionan sus engranajes de poder... En definitiva, quién manda realmente en Vox.
La crisis por el aborto en Castilla y León, la trifulca pública de varios dirigentes con el periodista Federico Jiménez Losantos y la post-resaca de la salida de su ex portavoz en el Congreso, Macarena Olona, han entreabierto las costuras de Vox. Es la primera vez que se puede hurgar en los equilibrios internos del que, según sus detractores, es el partido político más opaco en nuestro país.
Nos habría encantado aclarar todas estas dudas con algún miembro de la dirección de Vox o, en su defecto, alguno de sus portavoces oficiales, pero ninguno de ellos ha atendido a las llamadas de este periódico. Los cargos del partido que sí han hablado han puesto una única condición: que no aparezca su nombre.
«Cuando me fui de Vox ya dije que el partido funcionaba como una pseudosecta, pero hoy creo que me quedé corto», sentencia Luis Miguel Núñez, ex presidente de Vox en Toledo y una de las voces más críticas con la formación en la actualidad.
«Vox tiene poco que ver con lo que era», coincide uno de los fundadores, que también prefiere permanecer en el anonimato. «Queríamos un partido internamente democrático, que tuviera debate y rindiera cuentas, pero ha acabado siendo un partido dirigido verticalmente, como pasa con todos los demás partidos».
Hiperliderazgos, purgas, falta de democracia interna, polémicas estériles, caos territorial, ruido en las redes, ataques a la prensa, la sensación de un sorpasso que nunca fue... Y, de fondo, una insaciable batalla por el control del aparato. ¿Les suena de algo? «Yo hace años que los llamo PodeVox», ironiza Juan Jara, ex vicepresidente primero de Vox y ex portavoz nacional, expulsado del partido en 2016 -asegura él- por reclamar transparencia. «De algunos sitios lo mejor es que te echen», admite hoy.
Sus críticas suenan tibias al lado de las de Federico Jiménez Losantos, director de Es la mañana de Federico en esRadio, además de reconocido votante de Vox. El periodista arremetía duramente contra el partido la semana pasada tras conocerse que Juan García-Gallardo, líder de la formación en Castilla y León y vicepresidente del Gobierno regional, pretendía incluir en el protocolo territorial de atención a mujeres embarazadas la posibilidad de hacer escuchar el latido del feto a aquellas que quisieran abortar.
«El latido del feto te lo puedes poner de politono si te hace ilusión», le soltó en directo Losantos a Rocío Monasterio, portavoz de Vox en Madrid. Antes había llamado «mendrugo fanático» y «joven majaderín» a Gallardo. Un día después, el locutor -probablemente el mejor insultador de España- llamó «mamoncete con la cuchara de plata» a Iván Espinosa de los Monteros y le amenazó con llevarle a los tribunales por cuestionar la financiación de esRadio.
No era la primera vez que Losantos las tenía tiesas con el matrimonio Espinosa-Monasterio. «Los aristogatos», para él.
Según Vox, la embestida de Losantos responde a la decisión de Monasterio de no aprobar los presupuestos de Ayuso en Madrid, lo que podría afectar a la publicidad institucional en los medios de comunicación. Pero lo cierto es que la gresca con el periodista destapó alguna cosa más. Jiménez Losantos -«un liberal laico al que los excesos confesionales no le gustan», admiten desde Vox- atribuyó la polémica por el aborto a la fuerza de los «meapilas» del partido, en clara referencia al sector más beato.
«Veo mucha escoria», dijo. «Un sector siniestro de Vox los tiene literalmente a sueldo». Y luego habló de El Yunque. «Toda esa pandilla basura de El Yunque», dijo literalmente.
El Yunque no es otro mote del periodista, sino una organización paramilitar secreta, ultracatólica y de extrema derecha de origen mexicano empeñada en «luchar contra las fuerzas de Satanás» e instaurar «el reino de Cristo en la tierra». Desde su fundación en 1953, El Yunque ha intentado infiltrarse en estructuras políticas y religiosas españolas para influir en el poder. También ha sobrevolado recurrentemente la historia de Vox.
En 2019, una investigación de la ONG estadounidense Avaaz denunció que al menos dos dirigentes del partido habían participado activamente en la captación de jóvenes para esta sociedad secreta. Y dos años después, una macrofiltración de WikiLeaks descubrió los presuntos vínculos de El Yunque con organizaciones españolas como Hazte Oír o CitizenGo, ambas fundadas por Ignacio Arsuaga, íntimo amigo de Abascal.
WikiLeaks filtró también cómo esa red había sido clave para financiar el nacimiento de Vox a través de las donaciones de grandes fortunas y altos ejecutivos. Según las cuentas reveladas por el propio partido, Vox recibía ya en 2019 más donaciones privadas que todos los demás partidos españoles juntos.
«Abascal nunca habría sido presidente de Vox sin El Yunque», asegura el historiador Santiago Mata, autor del libro El Yunque en España. «Ellos lo pusieron todo a su servicio, le hicieron un hombre, le adecentaron, le enseñaron a hablar y le presentaron en sociedad. Pero Abascal ya no depende de ellos porque tiene su propia sociedad secreta. Se llama Vox».
Fuentes del partido admiten que algunos de sus cargos sí han tenido vínculos con El Yunque, pero subrayan que la secta no tiene influencia en la dirección. De hecho, la asociación ultracatólica Hazte Oír rompió públicamente con Vox hace un año tras acusar al partido de comportarse como la «derechita cobarde» en Castilla y León. También le exigieron una postura clara respecto a la familia, la llamada «ideología de género» y, por supuesto, el aborto.
«Cuando este espectro ideológico no tenía representación política, Hazte Oír era el movimiento interno que tenía más fuerza», analiza Altozano. «Pero ahora Vox ya no necesita organizaciones ajenas. Ha creado sus propias estructuras, es la tercera fuerza política en el Congreso, tiene presupuesto y ha tejido sus propias relaciones internacionales. Ahora mismo en el espacio de la derecha populista en el que se mueve Vox, la organización más seria e influyente que hay es Vox en sí. Tienen hasta su propio think tank, la Fundación Disenso. Mientras la gente se ríe de ellos, ellos no paran de generar nuevas ideas».
Disenso nació a finales de 2020. Su director es Jorge Martín Frías, ex asesor de Esperanza Aguirre en el Ayuntamiento de Madrid, un ideólogo curtido antes en FAES, el think tank del PP. Y entre sus principales firmas hay historiadores, economistas, filólogos, investigadores, filósofos...
Uno de ellos es Miguel Ángel Quintana Paz, profesor titular de Ética en la Universidad Europea Miguel de Cervantes. «Yo no veo ninguna guerra interna dentro de Vox y no creo que le provoque ningún desgaste», sostiene.
Las encuestas, al menos de momento, le dan la razón. Todos los últimos sondeos, salvo el del CIS, le otorgan alrededor del 15% de los votos, un par de puntos por debajo de sus registros máximos, pero en línea con sus resultados en las generales de 2019.
«Una característica típica de Vox es abrir debates que estaban cerrados», concede Quintana Paz. «Dar la batalla cultural es su mayor diferencia respecto al PP, que siempre ha comprado el pack cultural de la izquierda para dedicarse a aplicar sólo medidas económicas. Vox no sólo quiere cuadrar los excels del PIB, como el PP, sino también dirigir el país en la dirección que ellos consideran correcta».
Ahí se activan de nuevo las distintas almas que compiten por el poder «correcto» del partido. Las presiones que antes llegaban desde fuera ahora tienen sillón propio en Vox. «Lo que ha pasado con el aborto en Castilla y León no es un calentón de Gallardo», alerta Luis Miguel Núñez. «Es un experimento para sondear cómo reaccionaría la sociedad ante un giro radical en política social, que es lo que puede venir después de las elecciones de mayo».
-¿Quién manda ahora mismo en Vox?
-Hay una corriente muy poderosa que pertenece a una rama ultracatólica, los católicos propagandistas, que tiene como único fin conseguir capacidad de influencia en distintos ámbitos de la sociedad, desde el militar al eclesiástico pasando por las empresas, los sindicatos y, por supuesto, la política. Se valen de cualquier medio y de cualquier persona. Y cuando un moderado se cansa y se va del partido, llega un relevo que siempre es más radical... y más sumiso.
-¿Y quién representa ese ala más radical dentro del partido?
-Quien no la representa seguro es Santiago Abascal. Ese partido empeñado en defender la familia como la unidad básica de la civilización española y universal resulta que tiene un líder supremo que está divorciado... Hay gente con mucho más peso en esas corrientes: los estandartes del sector más ultracatólico son Jorge Buxadé y, ahora también, Ignacio Garriga.
Buxadé, ex candidato de la Falange, es hoy vicepresidente de Vox y diputado en el Parlamento Europeo. En 2019, en una entrevista en EL MUNDO, reconocía que se arrepentía de haber militado en el PP, pero no de su paso por la Falange. Garriga, por su parte, es el nuevo secretario general del partido. «Una meditada apuesta personal de Santiago Abascal para regresar a la ortodoxia conservadora y católica», escribía Iñaki Ellakuría en este periódico.
El ascenso de Garriga, monaguillo hasta los 12 años, supuso la caída de Javier Ortega Smith, reubicado como vicepresidente de Vox tras su destitución como secretario general. Este terremoto en el juego de tronos voxista estuvo inevitablemente ligado al caos territorial del partido y a la turbulenta salida de Macarena Olona tras el fracaso electoral en Andalucía. «Ortega Smith amparaba las corrientes más militaristas de Vox, donde se ha refugiado a neonazis y seguidores del antiguo régimen», cuenta Luis Miguel Núñez. «Junto a Buxadé, Ortega controlaba la Gestapo del partido», apunta Juan Jara.
Macarena Olona tampoco ha querido hacer declaraciones para este reportaje, aunque desde su entorno también señalan a Ortega Smith como líder de otra de las patas más extremas de Vox. «Hay un ala más liberal, tanto en lo moral como en lo económico, en la que están gente como Iván Espinosa o Víctor González [diputado por Salamanca y ex vicepresidente económico] y otra más radical que representan de distinta forma Buxadé y Ortega», explican. «Santi Abascal es quien mantiene el equilibrio interno».
En todos los relatos que salen del universo Vox, Abascal queda retratado como el líder indiscutible de la formación, pero también como el contrapeso ante cada exceso. «Es el muñidor, el árbitro», explica Jara. «Sabe que si una familia gana demasiado poder, él lo pierde. Y eso no lo va a permitir. Así que siempre va compensando».
Ni tan radical como los más radicales, ni tan mojigato como los más mojigatos, ni tan facha como los más fachas.
«¿Qué nostalgia va a tener Abascal, que nació en el 76 en el País Vasco?», explica Gonzalo Altozano. «Él no viene de esa tradición, aunque hay gente en su entorno que sí. Vox no va a hacer una reivindicación explícita de Franco, pero tampoco lo va a condenar. Porque no les sale y porque su electorado no se lo permitiría. Si pasan por Casa Pepe, entran y están a gusto, pero políticamente Vox es más un partido similar al Frente Nacional francés o al partido de Meloni en Italia que a la Falange».
«La casa común de Vox siempre ha sido la defensa de España y luego hay unos valores que no todos comparten, tampoco Abascal», coinciden fuentes próximas a Olona. «El partido va haciendo equilibrios entre distintas sensibilidades para no soliviantar a unos u otros».
El ejemplo más práctico de este funambulismo fue el debate sobre las vacunas durante la pandemia del coronavirus. Entonces, Losantos llamó «bebelejías» a los antivacunas, mientras que Olona fue linchada por afiliados y simpatizantes de Vox tras compartir en sus redes una foto suya vacunándose en el Hospital Zendal. «Estaba perfectamente orquestado, todo era fuego amigo», denuncian fuentes próximas a la ex portavoz.
En aquella polémica, Abascal mantuvo de nuevo el equilibrio y se negó a revelar si se había vacunado o no. «Santi nunca ha sido un meapilas, de joven era de cualquier cosa menos de rezar el rosario», defienden en su entorno. «Hay cosas en el ideario de Vox con las que está más o menos de acuerdo, pero a él lo que le pone es España, genuinamente. Se lo cree de verdad, le duele y le preocupa. Las otras batallas las delega porque no necesita acapararlo todo. Tiene suficiente seguridad para saber que quien manda es él».
¿Y de quién se fía Abascal? «De Kiko, su consejero áulico, el que siempre ha estado a su lado cuando los demás huían», zanja Altozano.
Kiko es Francisco de Paula Méndez-Monasterio Encina, escritor y periodista, ex director de La Gaceta y del Grupo Intereconomía y antiguo militante de Alianza por la Unidad Nacional bajo la dirección de Ricardo Sáenz de Ynestrillas. No tiene cargo en Vox, pero Abascal le considera su gurú particular. Y, por tanto, una de las personas que, más allá de los focos y los micrófonos, realmente controlan Vox.
La noche del 25 de mayo de 2014, medio año después de aquel viaje en AVE, Vox se quedó a sólo 50.000 votos de conseguir su primer escaño en el Parlamento Europeo. Esa noche había una fiesta prevista en un hotel de la plaza de Colón de Madrid, pero Vox no estaba para jaranas. Alejo Vidal-Quadras se marchó a casa y con él, aquel primer Vox ceremonial.
Santiago Abascal, mientras, se fue a cenar a un conocido restaurante de la calle Ayala. En su mesa, entre otros, se reunieron de nuevo Iván Espinosa y Rocío Monasterio, Javier Ortega Smith, Enrique Cabanas, Gonzalo Altozano y, esta vez, también Kiko Méndez-Monasterio.
Esa noche, cuentan, volvió a nacer Vox.